
Nazarety Bojorquez Chuc
Mtra. en Innovación y Tecnología Educativa
nazarety_chuc@cncivirtual.mx
¿Qué estás enseñando hoy que seguirá siendo útil en 10 años? Esta pregunta puede incomodar, pero es urgente. Porque el aula —ya sea física o virtual— se ha convertido en un campo de batalla silencioso donde se disputa el futuro. Y tú, docente o egresado, eres parte activa de ese combate. Es momento de hablar: la educación no está en crisis, está en metamorfosis. Y como toda transformación profunda, está marcada por el caos, la incomodidad y la posibilidad. No estamos al borde del cambio, estamos en el cambio y es irreversible.
Muchos aún miran la escuela con los ojos del pasado.
Hablar del futuro de la educación ya no es un ejercicio, es una conversación urgente. La velocidad de los cambios sociales, tecnológicos y económicos ha puesto a las instituciones educativas frente a un espejo que no miente, es decir, o transformamos la forma en que enseñamos y aprendemos, o seguimos formando para un mundo que ya no existe.
Muchos aún miran la escuela con los ojos del pasado. Ven un sistema que se repite, que imparte contenidos, que califica con rúbricas prearmadas, que prepara para exámenes, más que para la vida. Y sí, esa educación sigue existiendo, pero está dejando de ser relevante, y la verdadera pregunta es: ¿vamos a quedarnos ahí por miedo o vamos a atrevernos a evolucionar?
La educación está dejando de ser lineal, predecible, estandarizada. Está mutando hacia un ecosistema complejo, interconectado y profundamente humano, donde el conocimiento se construye entre personas, tecnología, territorios y diversas culturas.
Ya no se trata solo de transferir información, sino de formar conciencias críticas, de enseñar a aprender, de cultivar habilidades para un mundo cambiante, de preparar a las nuevas generaciones para un entorno donde la automatización, la inteligencia artificial, la crisis climática y los conflictos sociales serán moneda corriente.
El futuro no se predice, se construye, (Unesco, 2021), pero no se construye solo con pizarras electrónicas ni con plataformas digitales. Se construye con visión, ética y diálogo. Con docentes que despiertan vocaciones, y con egresados que no se conforman con sobrevivir, sino que quieren transformar.
Y aquí viene la verdad incómoda: el futuro de la educación no depende solo de políticas públicas ni de tendencias tecnológicas, depende también de ti, de tu capacidad para cuestionarte, tu disposición para seguir aprendiendo y tu decisión de enseñar desde el compromiso y no desde la inercia.
La educación del futuro no es para los valientes, es para los conscientes. Para quienes entienden que educar no es repetir contenidos, sino tocar vidas. Y esa responsabilidad, que, sin duda, es maravillosa y desafiante, más que exigir metodologías innovadoras, nos exige humanidad.
Vivimos un momento sin precedentes, donde nunca antes la humanidad había tenido tantos recursos para democratizar el conocimiento, nunca antes fue tan fácil aprender algo nuevo, y a la vez, nunca antes fue tan complejo discernir lo valioso entre tanto ruido.
Los educadores y profesionales del siglo XXI no deben preguntarse solamente qué deben enseñar, sino también, por qué, para qué y a quiénes. Porque sin propósito, toda innovación no tiene sentido.
La verdadera revolución no está en los dispositivos, sino en el cambio de paradigma
La tecnología no es la solución mágica, pero sí es un catalizador formidable. Con un uso ético y pedagógicamente intencional, puede abrir puertas que antes estaban cerradas como: educación híbrida, recursos accesibles, experiencias inmersivas, retroalimentación inmediata, análisis de datos para mejorar el acompañamiento. No es cuestión de usar más herramientas, sino de usarlas mejor. La verdadera revolución no está en los dispositivos, sino en el cambio de paradigma: pasar de enseñar para cumplir planes, a enseñar para liberar potencial humano. Aprendizajes personalizados, itinerarios flexibles, emociones integradas en el proceso formativo, eso es educar con visión de futuro. No todos aprenden igual, y eso no solo está bien, es deseable.
Aceptar lo anterior no significa negar lo evidente, el camino no es fácil. Pero ningún proceso transformador lo es. Estos desafíos no deben desanimarnos, sino comprometernos aún más con lo que hacemos. Seguimos midiendo aprendizaje con instrumentos del pasado y lo que no se mide, no se valora, pero lo que se mide mal, también se distorsiona. Necesitamos evaluaciones que reconozcan el proceso, el esfuerzo, el crecimiento, no solo el resultado. Evaluar para humanizar, no para sentenciar.
Ahora bien, ¿seremos espectadores o protagonistas?
El futuro de la educación no se decreta; se diseña, se construye, se defiende. Cada clase, cada tutoría, cada proyecto, cada conversación con un estudiante, es una oportunidad para sembrar, y tú decides qué vas a sembrar: conformismo o transformación, miedo o esperanza.
El aula —física o virtual— sigue siendo uno de los pocos espacios donde el futuro puede reescribirse todos los días. Así que, la pregunta final no es, ¿qué vendrá?, sino, ¿qué vamos a hacer tú y yo con lo que ya está aquí?
Referencias
UNESCO. (2021). Reimaginar nuestros futuros juntos: un nuevo contrato social para la educación.