Johana Lizeth Guerrero Ortiz
Estudiante bachillerato – Universidad Virtual CNCI
Hace mucho, en un pequeño pueblo llamado Preston, vivía una chica muy diferente a todos los demás, tanto física como personalmente; su nombre era Sara, una hermosa chica de ojos de diferentes colores, su cabello negro como el carbón y unos labios rojos muy hermosos. Era curiosa y amaba salir en busca de nuevas aventuras al lado de su mejor amigo, Tom, un chico de pelo negro, ojos azules y un poco más alto que ella. Ambos habían crecido en el orfanato de Preston, y aunque se les tenía prohibido salir de ahí, se las ingeniaban para ir a su escondite secreto: un viejo árbol en medio del bosque.
—Sara, son más de las doce y sabes que es peligroso estar fuera a estas horas de la noche.
—Tranquilo, Tom, ya hemos hecho esto antes, ¿lo recuerdas?
—Solo fue una vez y recuerda que alguien murió esa noche.
—No fue culpa tuya, creí que ya lo habías superado.
—Eso no es algo que se supere tan fácil.
—No fue algo que me traumara.
—Pero tú… lo mataste, Sara.
—Él tuvo la culpa, él quiso hacerme daño, Tom, yo solo hice justicia.
—¿Hace cuánto no te tomas las pastillas?
—No las necesito.
—Sara…
—Basta, Tom, no voy a discutir. No voy a tomar esas pastillas, y si no quieres ser el siguiente más vale que te calles.
Sara tenía problemas para poder controlarse y eso hacía que hiciera cosas terribles.
En uno de esos ataques estaba caminando por uno de los callejones de Preston, estaba escondiéndose de Tom hasta que un señor intentó abusar de ella, comenzó a gritar y a pedir ayuda.
En cuanto Tom escuchó los gritos de su mejor amiga, salió corriendo a salvarla, pero cuando llegó ya era tarde…el hombre estaba muerto y Sara, llena de sangre.
—Él…intento hacerme daño…perdí el control y… Empezó a llorar desesperadamente y aunque Tom estaba paralizado corrió a abrazar a Sara, ambos enfrente de lo que era ahora un cadáver.
—Shhh… No es tu culpa, pequeña… Todo va a estar bien, ya estás a salvo.
Entre los dos escondieron el cuerpo, pero tal parece que ese fue el comienzo del juego de Sara, pues cada mes había una persona desaparecida, un nuevo cadáver que esconder y una chica sin control.
Pasaron los años y ella no podía parar. Aunque Tom estaba harto de sus juegos no dejó a Sara sola, pues su amor por ella era tan grande que era imposible dejarla sola.
Él siempre estuvo enamorado de ella, pero conforme pasaban los años ese amor se convertía en desprecio poco a poco. La niña con la que creció, esa pequeña de gran curiosidad y valentía se iba desvaneciendo y convirtiendo en un monstruo después de un tiempo.
Ambos se fueron de Preston para comenzar de cero y olvidar esos malos ratos que pasaron, tuvieron una pequeña con los mismos rasgos de su madre, al fin estaban en paz y vivían muy felices, sin tener que ocultarse.
Hasta que una noche, cuando llegaba de su trabajo, ese olor metálico se le hizo muy familiar a Tom, sabía que algo no estaba bien.
—¡¡Sara!! ¡¡Emily!! —gritó desesperadamente sin obtener respuesta.
Llegó a la cocina y se paralizó al ver aquella escena.
Su hija estaba en el suelo en un charco de sangre y Sara sentada, apoyando su cabeza en sus rodillas, cantaba.
Tom fue directamente hacia su hija y rompió en llanto al ver que su pequeña ya no estaba viva.
—¡¡Qué es lo que has hecho!! —-dijo con rabia hacia su esposa que estaba muy tranquila. ¿¡¡Qué le has hecho a mi hija!!?
—Solo hice lo que tenía que hacer —dijo mientras sonreía. Me deshice del monstruo.
—¡¡Tú eres el monstruo!!
—¡¡No soy un monstruo!! —gritó. —¡¡Tú lo eres!! —Se levantó y lo enfrentó. —Debiste matarme mientras pudiste, pero eres un cobarde.
Tom no pudo controlarse más, su rabia se apodero de él y tomó a su esposa del pelo, la llevó a la pared más cercana estrellándola contra ella hasta que acabó con su vida.
Minutos después, Tom miró a Sara que tenía los ojos abiertos aún, esos ojos de colores tan hermosos que alguna vez miró con tanto amor y que ahora no tenían vida. Se arrodilló frente a ella para tomarla en sus brazos.
—Lo siento tanto…yo no quería…perdóname.
La abrazó y rompió en llanto, pues sabía que la había perdido.
—Tom—dijo Elena, su psiquiatra, tratando de que Tom volviera.
—Ella mató a mi hija—dijo con la mirada perdida.
—Tom, tú no tienes una hija, ya lo habíamos discutido—se quedó callada unos segundos. Mataste a medio pueblo y a tu mejor amiga.
—No, ella lo hizo, ella estaba enferma, no podía controlarse.
—No es cierto, Tom, tú la mataste, la mataste en tu casa, ella intentaba calmarte y perdiste el control.
—No, yo jamás le haría daño.
—Tom, estabas apuñalándola cuando entramos a tu casa.
—¡¡Eso no es cierto!!, dijo intentando atacarla. ¡¡Mientes!!
—Sufres de esquizofrenia, Tom, solo estás alucinando.
—¡¡Cállate!! —dijo mientras ahorcaba a la psiquiatra—. Ella estaba loca, ¡¡lo hice por su bien!!
Dos enfermeros entraron en el cuarto y separaron a Tom, mientras Elena tosía con desesperación. Después que su respiración se normalizó, miró a los enfermeros y luego a Tom.
—Lo lamento tanto, Tom, pero no me queda opción —miró a los enfermeros— Háganlo.
Ambos se llevaron a Tom a su cuarto y días después lo durmieron, ya que llevaba dos años creyendo lo mismo y nada funcionó…