Lilia Rosalva Segundo Martínez
Colaborador UV-CNCI
El papá de Aarón era un hombre que vivía bien, no le hacía falta el dinero, era un tipo serio, muy serio, que tenía una mercería pequeña en medio de una callecita de una colonia de clase media baja. Un día llegué a comprarle papel china, estaba a pocos días de ser día de muertos y me habían encargado llevar las flores de papel para la decoración; dentro de la mercería fui atendida, de buena manera, por unas mujeres , al darme la feria, me invitaron a pasar a un pequeño museo que estaba justo en el siguiente cuarto pasando la mercería, y aunque llevaba algo de prisa fue mucha la insistencia para que pasara a conocer piezas únicas que tanto me decían que habían de diferentes partes del mundo, y, aparte, como me encanta conocer cosas nuevas y eso de los temas culturales, accedí.
Al entrar una mujer te explicaba qué significaba cada pieza, y algo tan raro es que, en su mayoría, eran utensilios de cocina, con formas muy raras, y otra cosa, poco común en los museos, era que estaba permitido tocar las piezas.
Estaba justo tocando un juego de cucharas y tenedores forrados con color morado, cuando sabía que quizá era lo último que vería de ese lugar, ya que había terminado de ver toda la colección de espejos, vajillas y demás cosas del hogar que había en un primer cuarto.
Cada persona tenía un guía, aunque más bien parecía una especie de «vigilante”, pero aún no supe por qué, si todo podíamos tocar y aquellas cosas de vidrio parecían que estaban ganchadas, no había forma de destruir o hacer desmán. Previo a pasar al segundo cuarto escuchaba que las personas al entrar, que estaban antes que yo, daban como una especie de grito de horror y se escuchaba también que las guías se enojaban con éstas por eso, entonces, desde ahí comencé a ver las cosas de otra forma, y por dentro sabía que lo del museo era pura faramalla, como vulgarmente decimos «taparle el ojo al macho».
Y quizá sí… le pregunté a la guía que me tocó que si podía salir a comprar tantita agua, a lo que en tono muy serio me contesta: —No, ya no puedes salir de aquí, hasta que termines toda la visita.
No me quedó más que escuchar y callar, y hacer como que estaba de acuerdo.
Aunque por dentro yo quería escapar, irme de ese lugar misterioso, pues ya sabía que no era común todo lo que se oía y lo que sentía en el cuerpo, una especie de miedo interno, que tu piel lo refleja poniéndose «chinita». Pero a la vez sabía que tenía que ser más inteligente que esas personas y darme el valor para lograr salir de ahí cuanto antes.
Por ello, al entrar al segundo cuarto, omití verme horrorizada y gritar, cerré los ojos al entrar, imaginando por dentro algún momento lindo de mi adolescencia. Al abrir los ojos encontré una mesa grande, vasijas viejas y sucias donde varios comían, era eso un comedor, entonces vi a mi hermana, estaba ahí, y dije: en qué momento viniste aquí, enfrente de ella estaba una señora de edad avanzada con aspecto caníbal o monstruoso y, vaya que sí, ya que, al verme, se dirige a saludarme, toma mi brazo y pretende darme una mordida, pero reaccioné contra ella de una manera brutal, golpeando su cabeza, la cual cayó en el delantal blanco que llevaba puesto.
Para esto nos habían dado, al entrar a ese segundo cuarto, una especie de delantal, ahora entiendo que era por dos cosas, la primera para identificar a los del segundo cuarto del primero, y la segunda para comer… pero ¿qué íbamos a comer? La verdad es que ni hambre tenía, mi hermana supongo que tampoco, porque solo la vi sentada sin plato al frente, quizá estaba dejando pasar el rato, pensando también cómo huir de ese lugar tan raro. Me siento y justo a mi lado va una especie de monstruo, me huele y se me queda viendo detenidamente, el monstruo se sienta al lado mío y sigue mirándome fijamente, me toma por la espalda y por dentro deseo quitar sus manos de mí, de mis hombros, pero luego me quedo silenciosa pensando en qué información puedo obtener de él, pero me habla con una especie de lenguaje que no conozco, solo por sus insinuaciones sé que me está coqueteando y que le gusto, y pienso preguntarle qué existe o que hay en los demás cuartos, y le hablo al oído diciendo: ¿qué es lo que sigue de aquí? ¿qué hay en los demás cuartos?
Y el monstruo me confiesa que a los hombres los tienen en un cuarto oscuro, porque, ciertamente, en el lugar donde estaba, en la cocina, únicamente había mujeres, pareciera que al monstruo lo hubieran mandado a propósito, pero no le dije nada malo, al contrario, le di la confianza de acercarse, entonces le pregunto cómo puedo salir de ahí, pero no me dice nada, solo mira fijamente un pasillo que estaba solo, y dicho pasillo daba a donde estaba la mercería.
Le pregunté por el baño, apuntó con su garra cerca del pasillo, hago como que iré al baño y me voy caminado rápidamente hacia el pasillo, lo recorro en su totalidad hasta que por fin llego a la mercería, pero, oh, sorpresa, la puerta estaba cerrada, era un barandal pequeño, una barda también pequeña y mi altura no me daba para brincar , no sé por qué pero en la puerta había dos jóvenes güeros, con cara benevolente y a uno de ellos le lanzo una nota que rápidamente escribí, que decía: «si no salgo en diez minutos de aquí, vengan por mí , estoy secuestrada».
No me quedó más que regresar al segundo cuarto donde estaba, ya que pronto se darían cuenta que no estaba ahí, y mi hermana adentro aún, no podía escaparme sin ella… ya sabía el camino de salida, solo debía saber la estrategia…
Regreso a mi asiento , a aquella mesa en la cocina, el monstruo ya se había ido, y estando ahí escucho a los jóvenes entrar al museo, estaba explicándoles una mujer de agradable apariencia, los jóvenes sonreían con ella, me asomo un poco y me ven, disimuladamente fingen no verme ante la señorita guía, mientras ellos seguían la ruta en el primer cuarto, de pronto, por el pasillo, una especie de procesión, eran mujeres de blanco con velo, caminando en ondas y con ellas llevan algunas velas y flores moradas de apariencia rara, esas flores no las reconozco , no las había visto antes.
Me uno a esa procesión, llevo conmigo a mi hermana, quien se veía un poco distraída, como entredormida, para esto, una pequeña intuición me decía que luego de estar dentro de esa especie de ritual debía irme hacia el mismo pasillo de salida, las mujeres que iban en ella daban vueltas entre sí, hacían una especie de danza y rezos; luego supe que era en honor, quizá, a una muerte con vestiduras blancas, de la cual habían hecho un altar en la entrada de un tercer cuarto. Recuerdo que pasé cerca de dicha puerta y se escuchaban lamentos donde, al parecer, a los hombres los estaban torturando y, a lo lejos, en la cocina, donde mi hermana y yo habíamos estado minutos antes, vi a un tipo de aspecto gigantesco abusando de una mujer, insistiéndole que la besara, al momento solo había adultos en cada cuarto, no había ningún niño o adolescente…
De repente, al ver que ese gigante estaba ocupado con la mujer, aprieto fuerte la mano de mi hermana y le digo con la mirada: «salgámonos de aquí ahora», y salimos corriendo por el pasillo que ya había recorrido una vez y, para sorpresa, al llegar a la mercería, estaba mal puesto el candado, y mi cara se llenó de alegría, pues ya era el tercer día dentro de ese misterioso lugar, envuelta dentro de tanta monstruosidad.
Mi hermana también parecía feliz, apenas alcanzamos a abrir la puerta y escuchándose el azotón corrimos hacia el callejón donde estaba un taller mecánico, mi hermana y yo nos escondimos detrás de una camioneta y vimos que el gigante salió furioso a buscarnos junto con un par de hombres de negro que no habíamos visto antes.
Nosotras, al ver que venían hacia dónde estábamos, detrás de una camioneta, logramos correr más y más hacia otras calles y por fin llegamos a la casa, a nuestra casa, eso pasó un jueves 28 de octubre de 2021.
Sin embargo, nos dimos cuenta de algo fatal, el domingo 31 de octubre, cuando en algunas colonias festejan Halloween, pasamos cerca de la mercería encantada y vimos que una mamá joven bajaba a su hijo pequeño del auto porque irían a comprar un bonito disfraz para festejar la noche de brujas, y justo se dirigían a aquella mercería de donde habíamos escapado, y cómo advertirles si ya estaban casi a punto de entrar, y las mismas señoras de aspecto agradable que me invitaron días atrás a pasar al museo, invitaron a la joven y su hijo a llevar las últimas ofertas, pensé en detenerlos, pero a lo lejos vi que el gigante se asomaba.
Sé que tendré que hacer algo, volver, porque todo ahí está maquillado, y sé que volveré a rescatar a esos dos jóvenes que me dejaron la puerta entreabierta para lograr salir de ahí… Por ahora solo te puedo decir que si ves una mercería con el título “La encantada” aléjate y corre, vale más no tener un disfraz para el día de Halloween, que vivir en carne propia los horrores que solo los monstruos te hacen sentir…